Número 8

nº 8

Portada:
Cuatro señores edificios se dan cita en Plaza de San Agustín

IBÁN RAMÓN

IBÁN RAMÓN, el autor de la portada, nació y vive en València.

Su relación con las formas, la línea y la masa tiene mucho de sexual. Bueno, dicho así, no parece muy extraordinario. A todas las personas nos pasa, más o menos. Pero nos referimos a grafismos. Eso es. La relación de Ibán Ramón con lo gráfico tiene mucho de sexual. Ejem.

Las malas lenguas dicen que dirige una red de clochards espías que se ponen en marcha cuando aparecen carteles antiguos o piezas de diseño en contenedores, rastros, portales y almacenes abandonados, para saciar su sed de coleccionista de imágenes.

Sabemos que tiene el ferviente deseo de convertirse en el renovador de algo tan entrañable y horroroso al mismo tiempo como el llibret de falla. Estamos de suerte. Si alguien puede hacerlo es él, y de paso nos hará un gran favor a los valencianos.

El más ilustrado de los diseñadores valencianos tiene un lema: Más con menos, a juzgar por cómo van desapareciendo elementos de sus diseños cada año que pasa, al tiempo que vemos crecer su virtuosismo.

Esta es su web.
Sello: ©Maria Herreros

ROSA MARTÍ

ROSA MARTÍ, la autora de Marxalenes mon amour nació en Madrid. A día de hoy vive en Madrid con su estupendo presente y también en Barcelona con sus divertidos fantasmas.

Ahora ha decidido hablarnos del tiempo que vivió en Marxalenes, donde aterrizó por amor, y no nos hemos podido resistir a su prosa verdadera.

Creemos que nunca nadie ha visto el barrio desde un mirador como este, e imagino que sorprenderá a muchos vecinos que una foránea les revele esta otra foto de su barrio que es su realidad más cotidiana, pero esta vez en technicolor.

Pero es que el amor siempre ha tenido una importancia capital en sus escritos. Recordemos aquí sus primeros escarceos con el tema firmando con el pseudónimo de Sara Martín, para revistas del género como Kiss Comix.

Verán que en el título la autora hace un homenaje a Marguerite Duras que, como ella, recuerda un amor y un paisaje del pasado.

Si Marxalenes tuviera ayuntamiento, a Rosa Martí la nombrarían alcaldesa por aclamación.

Esta es su web.
Sello: ©Nacho Casanova

DEIMA

DEIMA
¿Se acuerdan de esta ilustradora lituano-española que les presentamos en el nº 0 de The Valencianer?

En tan poco tiempo, Deima ha crecido a grandes saltos. Está alimentándose con un régimen a base de imágenes variadas y haciendo mucho ejercicio sobre el papel. Así está de alta y potente en sus dibujos.

Cuando le encargamos las ilustraciones de Marxalenes mon amour, se lo tomó como un reportaje gráfico-sentimental que tenía que ser tan verdadero como el artículo con el que dialoga, de forma que texto y dibujos van de la mano, como los enamorados.

Así debe de ser.

Esta es su web.
Sello: ©Deima

Cuando llegué a Valencia estaba enamorada, muy enamorada.

Me había quedado sin empleo unos meses antes y empezaba a ganarme la vida como traductora freelance. Como no tenía que trabajar desde un sitio fijo, sino desde cualquiera con conexión a internet, de la noche a la mañana me lié la manta a la cabeza, agarré mi portátil y me fui a vivir mi amor desaforado a esa ciudad. Por eso, mis primeros recuerdos del barrio de Marxalenes están recubiertos de una pátina edulcorada, han pasado por el filtro de la pasión; adornados, embellecidos, tuneados, y así se han conservado en mi memoria.

Cuando además vives en pleno barrio gótico barcelonés, todo garitos descafeinados (carísimos) para modernitos o tabernas temáticas (aún más caras) para turistas, aterrizar en Marxalenes es todo un soplo de aire fresco: la ciudad está viva, llena de gente de verdad, que trabaja, que se queja, que llora, que respira, que se enfada, que ser revuelve y se defiende cuando la atacan. En el súper hay señoras de monedero bajo la axila, atendidas por poligoneras operadas de pelo rubio platino, bronceadas y manicura francesa. En los bares, los obreros se traen un bocadillo de casa para acompañar el barrejat (el primo levantino del sol y sombra); en la calle, los ancianos se pasan horas mirando las obras de la calzada, y comentan la jugada, entre ellos, con el capataz, o incluso con el asalariado eslavo que asiente sin entender qué le dicen esos señores; más lejos, los camellos de medio pelo encadenan latas de cerveza a la espera de que haya suerte y aparezca un cliente. Aunque esa España carpetovetónica que describo me suele dar bastante grima, al venir de la Barcelona del disseny, meca del turismo del primer mundo, y al mirar el barrio través del tamiz del amor, lo hago como lo haría esa Nancy de la tesis de Ramón J. Sender, con curiosidad y con cariño.

Marxalenes es un barrio obrero, que tiene de todo, en su justa medida. Tiene un parque precioso, que, aunque pequeño, está diseñado de forma muy inteligente: un sistema de regadío por canal lleva agua a todos los rincones, solo hay flora mediterránea y su red de senderos permite recorrer largas distancias sin salir del recinto (y doy fe, he entrenado para media maratón en este parque; eso sí, al cabo de media hora se te queda chico, pero para eso está literalmente a dos zancadas el río, donde te puedes preparar hasta para el ironman, si el cuerpo te aguanta).

El parque cuenta con otros atractivos: hay una biblioteca cuquísima, que ocupa una antigua alberca. Dos curiosidades sobre este lugar: la primera es que cuando llegué apenas contenía libros; parece ser que Barberá se gastó todo el presupuesto en habilitar edificios para convertirlos en bibliotecas, se le olvidó que sin fondo que consultar no eran muy útiles; bueno, o se le olvidó o no le importó. La otra curiosidad es su horario: por la tarde está abierta hasta las 19:45 h, pero como en invierno el parque cierra a las 18:00 h, si se llega después, no hay forma de acceder al edificio… Me figuro que la ultima hora y media de jornada laboral de los bibliotecarios deber ser muy tranquila… lo que no sé es si para regresar a casa tienen que saltar la verja o si les dejan una llave de la puerta del parque. Tal vez les han habilitado un camastro en tan bello entorno.

En el recinto se ubica también un museo ferroviario, el Museo del Trenet. Como museo deja mucho que desear, pero como restaurante es toda una ganga: el precio del menú ronda los 4 euros, tiene uno especial para dieta (bajo en sal y grasa) y está totalmente adaptado para las personas con movilidad reducida, lo que hace la delicia de los jubilados de la zona y le lleva a una a pensar en que, el día de mañana, si las cosas se ponen de verdad feas, siempre podré arrastrarme hasta este luminoso museo y nutrirme con una comida digna, si no acompañada de aquel fogoso amor que me llevó a Valencia, probablemente sí de los muchos amigos que me quedan en el barrio.

Pero no adelantemos acontecimientos… y disfrutemos de lo que hay, de lo que aún existe, de los buenos recuerdos… En Marxalenes hay un Aula de la Naturaleza, con su estanque, un centro de actividades para mayores, y una piscina municipal, con su gimnasio y todo.

Recuerdo cómo me reía de ese amor mío porque por aquel entonces él llevaba como 15 años sin hacer deporte y, al principio, con cuatro largos (de 25 m) se agotaba. A los pocos meses nadaría un kilómetro en veinte minutos, pero en aquel primer momento se quedaba morado como una berenjena, boqueando al borde de la piscina… poniendo motes a los demás usuarios, motes que yo no comprendía porque sin lentillas no me enteraba de nada, solo veía bultos…

Lo de poner motes era uno de nuestros entretenimientos favoritos: por la tarde, después de todo un día dibujando y traduciendo (respectivamente, cada cual a lo suyo), salíamos a dar una vuelta por el barrio, a tomar un vino, una bolsa de Tosfrits (lo que nos costó quitarnos de esos ganchitos) y, sentados uno al lado del otro, nos dedicábamos a observar a la parroquia y a poner nombres, pero no valía cualquiera, tenían que rimar: Fermín el skin, Julieta pesetas, el calvo con garbo, el alopécico maléfico…

El ocio también está presente en el barrio: hay un pub atemporal; el Califato, sabes que no estás en la década de 1990 por el aire acondicionado, porque la gente no fuma y porque los precios de las copas son de discoteca ibicenca. La música va de Extremoduro a Bonnie Tyler, el lugar es entrañable, sin pretensiones, sin malos rollos; es un poco como el pub musical del pueblo donde veraneabas de adolescente, con sus rincones oscuros, con sus colas en el baño de mujeres…

Eso no es todo, la oferta nocturna cubre todas las expectativas; una vez, cuando nuestro amigo David nos estaba contando una espeluznante historia de desamor y buscábamos desesperadamente un garito donde seguir pegando la hebra, nos topamos con un tipo de establecimiento con el que yo no contaba en el barrio… un club de intercambio de parejas. Aunque esa ya es otra historia, que podrá leerse en el próximo número de The Valencianer.

Ya he advertido que mi visión tal vez esté un poco distorsionada por los gratos recuerdos… pero en Marxalenes hay vida, mucha vida, es un barrio con su propio sabor, un barrio… de verdad.

HISTORIA DE UNA PORTADA

Cuatro señores edificios se dan cita en Plaza de San Agustín

Por Ibán Ramón

EDIFICI MERLE. Inici de construcció: 1946. Situació: C. Sant Vicent 84, Av. de l'Oest. Autor: Ignacio de Cárdenas Pastor
EDIFICI ROIG-VIVES. Inici de construcció: 1940. Situació: C. Xàtiva 4 i 6. Autor: Javier Goerlich Lleó
EDIFICI ALONSO. Inici de construcció: 1935. Situació: C. Sant Vicent 71 i 73. Autor: Luis Albert Ballesteros
FINCA DE FERRO o Edifici Garcerán. Inici de construcció: 1954. Plaza de Sant Agustín i unes altres. Arquitectes: Vicente Figuerola Benavent i Vicente Aliena Goiti
No Comments

Sorry, the comment form is closed at this time.